Hoy cito este poema de Miguel Hernández, uno de los poetas favoritos de mi PF, cuyo contenido e intención protesta, por desgracia, hoy tienen más sentido que nunca...Ojalá, muy pronto no haya más niños yunteros y que las manos que cometen las injusticias con ellos (explotación laboral, pederastia, donación de órganos, etc...) sean castigadas para siempre...
El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae la vida
un alma color de olivo
vieja y ya encallecido.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja,
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y preguntar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel Hernández, 1937
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae la vida
un alma color de olivo
vieja y ya encallecido.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja,
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y preguntar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel Hernández, 1937