No hay mal que por bien no venga

La verdad es que utilizo mucho este refrán y me gusta hacerlo. No sé si es porque soy una persona optimista, tal como me definen muchos de los que me conocen, o simplemente porque el instinto de supervivencia me obliga a repetirme esta frase siempre que las cosas se vuelven un poco feas.

Hoy mi intención es dedicaros a todos una apología del OPTIMISMO, palabra que me encanta y que nos sienta muy bien a todos.

La razón por la que he elegido este título, "No hay mal que por bien no venga", es porque me he enterado que un amigo, al que aprecio mucho, ha perdido su puesto de trabajo contra todo pronóstico y de forma inesperada. Pues bien, estoy segura de que esta es una oportunidad para poder encontrar un puesto mejor y menos estresante, que le permita disfrutar más de su tiempo libre y en definitiva, para ser más feliz.

La verdad es que es increíble lo presionados y sujetos que estamos en esta sociedad: desde la importancia que le damos a tener un buen puesto de trabajo hasta la obligación de meternos en mil créditos, hipotecas y en no parar de consumir, simplemente para no ser un bicho raro o un ser antisocial. Pero para eso estudiamos matemáticas (unos menos que otros) , para hacer las mejores combinaciones posibles para que esas "ataduras" no dirijan nuestras vidas y dejemos paso a la sencillez y belleza de mucha gente y cosas que nos rodean, que están siempre cerca. Bueno, lo dicho, que cuando uno supera un mal bache con optimismo, lo hará con más éxito y saldrá más reforzado para enfrentarse ya a "lo que le echen".


Con permiso de la Maru, proclamo el 23 de junio, Día del Optimismo y aprovecharemos de paso para ahuyentar el mal fario, saltando la hoguera de San Juan (los que podéis, otros lo haremos de forma imaginaria, je je).